Autor: Anthony de Mello
Meditación 29
“El que encuentre su vida, la perderá:
y el que pierda su vida por mí. !a encontrará”
(Mt 10.39)
¿Has pensado alguna vez que quienes más miedo tienen a morir son los que más miedo tienen a vivir? ¿Que al pretender escapar a la muerte estamos huyendo de la vida?
Imagínate a un hombre que viviera en un miserable ático sin luz y sin apenas ventilación; imagínate además que a ese hombre le da verdadero terror bajar las escaleras, porque ha oído hablar de quienes han rodado por ellas y se han roto el cuello, y que jamás se le ocurriría cruzar la calle, porque le han dicho que al intentar hacerlo han sido atropelladas centenares de personas. Y, naturalmente, si no es capaz de cruzar una calle, mucho menos podrá cruzar un océano, o un continente… o pasar de un universo mental a otro. Lo que hace ese hombre es aferrarse a su pequeño cuchitril, en un desesperado intento de eludir la muerte, con lo que al mismo tiempo elude también la vida.
¿Qué es la muerte? Una pérdida, una desaparición, un marcharse, un decir adiós. Cuando te aferras a algo, te niegas a marcharte, te niegas a decir adiós, te resistes a la muerte. Y, aunque no te des cuenta, te resistes también a la vida.
Porque la vida está en movimiento, y tú, en cambio, estás fijo; la vida fluye, y tú, en cambio, te has estancado; la vida es flexible y libre, y tú, en cambio, estás rígido y paralizado. La vida se lo lleva todo, y tú, en cambio, ansías estabilidad y permanencia.
Por eso temes a la vida y temes a la muerte: porque te aferras. Si no te aferraras a nada, si no temieras perder nada, entonces serías libre para fluir como el torrente de la montaña, siempre fresco, vivo y cambiante.
Hay personas que no pueden soportar la sola idea de perder a un ser querido, y prefieren no pensar siquiera en ello; o bien, les horroriza la simple posibilidad de poner en duda y acabar perdiendo una creencia, una ideología o una teoría que siempre han estimado; o están convencidas de que jamás podrían vivir sin tal o cual persona, lugar o cosa que tienen en gran aprecio.
¿Quieres conocer una forma de medir tu grado de rigidez y de inercia? Observa la cantidad de dolor que experimentas cuando pierdes a una persona, una cosa o una idea muy queridas para ti. El dolor y la aflicción revelan tu apego a ellas, ¿no es verdad? ¿Por qué te aflige tanto la muerte de un ser querido o la pérdida de un amigo? Porque nunca te paras a pensar en serio que todas las cosas cambian, pasan y mueren.
Por eso la muerte, la pérdida y la separación te pillan tan de sorpresa. Prefieres vivir en el pequeño ático de tu ilusión, pretendiendo que las cosas no cambien nunca y sigan siendo siempre las mismas. Por eso, cuando la vida hace añicos violentamente tu ilusión, experimentas tanto dolor. Para vivir debes mirar de frente a la realidad; sólo así te liberarás del temor a perder a las personas y adquirirás el gusto por la novedad, el cambio y la incertidumbre; sólo así se desvanecerá tu miedo a perder lo ya familiar y conocido y esperarás y acogerás ilusionado lo nuevo y desconocido. Si es la vida lo que ambicionas, he aquí un ejercicio que tal vez te resulte doloroso, pero que, si eres capaz de hacerlo, te proporcionará el optimismo de la libertad:
Pregúntate si hay algo o alguien cuya pérdida te causaría una gran aflicción. Puede que seas de esas personas que no pueden soportar la mera idea de la muerte o la pérdida de un ser querido. Si es así, y en la medida en que lo sea, estás muerto. Lo que hay que hacer es afrontar la muerte, la pérdida, la separación de las cosas y personas queridas.
Considera, una por una, a esas personas y cosas e imagina que han desaparecido de tu lado para siempre, y diles adiós en tu corazón. Dale las gracias y dile adiós a cada una de ellas.
Vas a sentir dolor, y vas a sentir también cómo dejas de aferrarte a ello; a continuación brotará en tu conciencia algo distinto: una soledad que crece cada vez más, hasta convertirse en algo parecido a la infinita inmensidad del cielo. Pues bien, en esa soledad está la libertad. En esa soledad está la vida. En ese no-aferrarse está la decisión de fluir libremente, de disfrutar, gustar y saborear cada nuevo instante de la vida; una vida que ahora es mucho más dulce, porque ha quedado libre de la inquietud, la tensión y la inseguridad; libre del temor a la pérdida y a la muerte que siempre acompaña al deseo de permanecer y de aferrarse.
Fuente: extraído del libro “Una llamada al amor“(Editorial Sal Terrae, 1992)