Autor: Gustavo Adolfo Bécquer
Espíritu sin nombre es el quinto poema de las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), obra salvada milagrosamente de un incendio que destruyó por completo el hogar del poeta; reeditado en la antología de 1868: El libro de los gorriones y, posteriormente, en Rimas.
He leído muchos análisis de este poema por gente, sin duda, mucho más erudita y formada que yo que cuando lo analizan hablan del poeta y su identificación con la naturaleza. Pero cada vez que lo leo tengo el convencimiento de que Gustavo Adolfo Bécquer tuvo una visión, no un sueño, no una alucinación, sino una vertiginosa percepción de la realidad del universo. Lo que comúnmente llamamos “iluminación“, vaya. De aquella visión apenas sobreviven los versos que intentaron traducirla en palabras.
Espíritu sin nombre, uno de los mejores poemas de Gustavo Adolfo Bécquer, nos induce a sospechar que, en ocasiones, lo más acertado es omitir apreciaciones superfluas y sentir al autor y su obra sin prejuicios de ninguna índole, sin calificativos, sin espíritus que perturben lo que por su naturaleza debe permanecer anónimo.
RIMA V
Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.
Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.
Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella,
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.
Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea,
yo soy del astro errante
la luminosa estela.
Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.
En el laúd, soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruïnas yedra.
Yo atrueno en el torrente
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.
Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura
y lloro en la hoja seca.
Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.
Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta.
Yo corro tras las ninfas
que, en la corriente fresca
del cristalino arroyo,
desnudas juguetean.
Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en el océano
las náyades ligeras.
Yo, en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos,
contemplo sus riquezas.
Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.
Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.
Yo sé de esas regiones
a do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.
Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa,
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra,
Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.
Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta.
Una característica de la poesía becqueriana, por estructura, rima y sentimiento, es que liga muy bien con el flamenco. Un ejemplo ilustrativo es la genial versión de Manzanita. No me canso de escucharla. Que la disfrutéis.