Todos tenemos el mismo origen por Sergi Torres
(Extractes del llibre Saltar al vacío)Mis crisis llegaron cuando había empezado a vivir experiencias fuera de lo concebible por mí, más allá de mi personalidad y de mi forma de ver la vida y a mi mismo. Lo que sentía era el pánico a descubrir que no sabia quién era ni por qué había nacido. Estaba viviendo una vida que no tenía sentido, jugando el papel de un personaje que no sabia qué función tenia.
Cuando me di cuenta de eso, mi cerebro no lo soportó. Lo viví como si fuera un engranaje de varias piezas en el que de repente una de ellas empieza a girar más rápido que las otras. Como las otras aún no están adaptadas a esa nueva velocidad, friccionan. Y esa fricción fue la que generó en mi la crisis de ansiedad.
Veía cómo mi cerebro patinaba. De repente estaba en casa y miraba la textura de las cosas, me daba cuenta de que mi realidad era una textura onírica, que lo que yo llamaba “mi vida” no era real sino un simple sueño generado por la interpretación de mi mente. Al darme cuenta de esto desde mi estructura humana sentía una angustia y un miedo que no podía soportar. La aventura, entonces, es despertar de ese sueño en lugar de aprender a soportarlo.
Imaginémonos que después de esa larga búsqueda por fin nos paramos y que nuestra conciencia, en lugar de mirar las cosas que ocurren en nuestra vida y la forma en que ocurren, de repente se da la vuelta hacia si misma y nos damos cuenta de que estamos vivos, que estar vivo es lo que nosotros somos. Imaginémonos descubrir que aquello que hemos estado intentando cambiar y de lo que hemos estado intentando huir, de repente pasa a ser lo que nosotros somos.
Esto es muy simple, demasiado simple. Para nosotros, desde la perspectiva en la que estamos acostumbrados a pensar, lo simple se convierte en algo tremendamente intenso y aterrador. Por esa razón nos complicamos la vida a más no poder. Tenemos la sensación de que en la complejidad está la seguridad. Sin embargo cuanto más compleja es nuestra vida, más nos alejamos de su esencia y más dolor sentimos. Ridículo, ¿verdad?
Nos convertimos en complicadores profesionales y olvidamos que lo majestuoso, lo puro y lo milagroso está en lo simple. De ahí esa sensación que atenaza a tantos seres humanos de que la vida no tiene sentido. Por supuesto que lo tiene, lo que no tiene sentido es la forma en que la vivimos.
Una de las complicaciones del mundo espiritual actual es buscar el control de la mente o la felicidad rechazando lo que sentimos en nuestro presente. Hacer esto genera una lucha tremenda que no tiene ningún sentido. Evitar pensar es imposible porque lo máximo que alcanzaremos es pensar que no pensamos.
Somos producto de una conciencia infinita que nos piensa a nosotros. Somos un pensamiento suyo y no nos damos cuenta de ello porque hemos construido nuestra propia falsa sensación de independencia y creemos que pensamos nuestros propios pensamientos en nuestro libre albedrío. ¿A costa de qué? Es muy doloroso pensar otra cosa distinta a lo que el amor piensa. Lo curioso es que en este camino de intentar alcanzar el amor sin condiciones o bien tomamos la responsabilidad completa de nuestra experiencia humana o bien corremos el riesgo de creer que estamos consiguiendo alcanzarlo.
Dentro de la dinámica universal, nosotros somos pensamientos de la conciencia universal. Esto implica dos cosas: una, que nuestra tendencia va a ser regresar a nuestro origen, es decir a la conciencia universal; y dos, que vamos a ser amados eternamente y sin condiciones por ella. Nosotros, a su vez, como generadores de nuestros pensamientos, también somos responsables de ellos, pero no los pensamos de la misma manera que nuestro origen nos piensa a nosotros. Por suerte nuestros pensamientos saben que nosotros somos su origen y regresan a nosotros constantemente. Algunos de nuestros pensamientos puede que quizá lleven más de sesenta y cinco años tratando de regresar a su origen porque están buscando ser amados, pero nosotros los rechazamos porque no nos gustan.
El acto de crear siempre implica amor. Cuando nosotros damos origen a un pensamiento, la esencia de ese acto es el amor, pero quizá la intención con la que lo pensamos está lejos de querer amar. Eso hace que el pensamiento que hemos pensado no nos guste y que en lugar de asumir nuestra responsabilidad para alinear su intención con su esencia, lo que hacemos es rechazarlo y responsabilizar de él a las situaciones o a las personas que nos rodean.
Todos tenemos el mismo origen y por lo tanto somos lo mismo en esencia. Desde nuestra forma irresponsable de pensar, el mundo siempre nos parece que es la causa de lo que nos ocurre. Si pudiéramos darnos cuenta, por un instante, del dolor que nos generamos a nosotros mismos al creer esto, pararíamos inmediatamente de avivar el fuego de la inconsciencia.
Este juego en el que el otro siempre es alguien distinto a nosotros alimenta la sensación de distancia y evita la experiencia de unidad; lo que nos duele porque a su vez nos lleva a vernos separados de nuestros propios pensamientos. Esto es pura locura. Creer que hoy es un día hermoso debido a la ausencia de nubes y no darnos cuenta de que es hermoso debido a que nosotros opinamos eso es un claro síntoma de profunda locura mental.
Este estado de locura nos lleva a juzgar nuestros propios pensamientos y a aumentar aun más nuestra disociación. ¿Podemos imaginar el dolor que implica esto? Tener pensamientos del tipo “no me gusta lo que pienso” o “no debería pensar esto” es similar a dar a luz a un bebé, mirarlo y querer tirarlo a la basura al ver que no nos gusta.
Es tan doloroso lo que hacemos que, al no soportar ese dolor inconsciente, responsabilizamos a los demás de lo que pensamos. Es un mecanismo mental de autodefensa del dolor autogenerado. Nos defendemos de nuestra propia forma de pensar echando la responsabilidad a los demás. En nuestro afán de complicar las cosas y de separarnos de la vida entramos en espacios de soledad tremendos. Quizá a ti no te ocurra igual pero cuando yo me siento mal, me siento solo. Cuando me siento bien, no me siento solo. Te invito a ser honesto contigo mismo.
Muchas veces creemos que nos sentimos mal porque estamos solos pero es justo al revés: nos sentimos solos porque nos sentimos mal y buscamos algo o alguien que calme esa sensación interna en nosotros y que obviamente no va a aparecer. ¿Por qué? ¡Simple! Porque nosotros somos los responsables de esa soledad.
Si yo me siento solo, por muy bien que me lleve contigo, pronto me daré cuenta de que tú no tienes la capacidad de llenarme. Si yo me siento mal es porque me estoy desconectando de mi propia vida y entonces aparece la soledad. Es de una lógica aplastante.